El primer paso complicado consiste en hacer una maleta. Aquí llegan las primeras elecciones: entre colonia, desodorante, crema hidratante, maquillaje, rimel, barras de labios... y todo esto no puede superara la cifra de 100 ml. Así resulta un poco complicado estar guapa en nuestro destino!!! El set de manicura no tiene cabida en nuestra maleta: a las tijeras y cortauñas se les presupone un valor altamente peligroso.
Una vez superada esta fase, te presentas en el aeropuerto con tiempo para poder pasar el exhaustivo control. El portátil ha de ir fuera de la bolsa, la maleta por otro lado, los líquidos en una bolsa plástica independiente (para que todo el personal pueda saber que artículos de cosmética has considerado imprescindibles).
Con un poco de suerte, ni tu maleta ni tu portátil resultan seleccionados para un control rutinario. Ahora ya sólo necesitas ser tú la persona digna de pasar la barrera. Tras desprenderte de tus alhajas, monedas, llaves, cinturón, chaqueta y haber elegido, previamente, un vestuario sin muchas tachuelas avanzas hacia la policía. Y pitas!!! Eran las gafas de sol. Vuelves a pasar y otra vez a pitar: esta vez debes desprenderte de tus zapatos.
Por un lado, tú, descalza sobre las frías baldosas consigues pasar el control y por el otro, tus zapatos de tacón en el escáner. Por fin puedes empezar a buscar tu puerta de embarque. Esta vez no serás cacheada por la policía de turno hasta el carnet de identidad.
¿Hay algo más humillante? La respuesta es afirmativa. Ahora el escáner del control de algunos aeropuertos realizan fotos de cuello para abajo de todos los usuarios del aeropuerto. En diez minutos nos quedamos sin ningún tipo de intimidad.